MARÍA, LA MUJER QUE SE ATREVIÓ A CUESTIONAR A UN ÁNGEL, Artículo Histórico de investigación.
La madre de Jesús de Nazaret, al contrario de lo que se cree y de lo que la iconografía nos muestra a partir del Concilio de Trento, fue una mujer con una evidente alegría de vivir, que en dos ocasiones se atrevió a formar una familia atípica en contra de la ley judía, que fue capaz de cuestionar a un ángel y además profetizó su propia trascendencia histórica con una enorme exactitud.
Al sacar conclusiones de las fuentes históricas de las que disponemos nos damos cuenta que María, la madre de Jesús, fue una mujer fuera de lo común para su momento histórico.
Con independencia del lugar que le dan las Iglesias Copta, Católica, Ortodoxa y Anglicana, del que le da el Corán y las profecías de la Torá, ¿existió en realidad la Virgen María o es solamente un mito inventado por los Evangelios Cristianos y el Corán? Y si existió, ¿quién era María (en arameo, מרים, 'Mariam')?, y sobre todo, ¿cómo era?
Para acercarnos a su posible historicidad es necesario apartar las capas de mito sobrenatural que las religiones se han encargado de superponerle, como la de siemprevirgen o la de asunta al cielo, que tanto daño han hecho a la hora de encontrarnos con la verdad del personaje histórico, alejándonos del personaje humano, y así estaremos en disposición de conocer a una mujer que vivió hace veintiún siglos en una época en la que ser mujer tenía en muchos aspectos el mismo valor que ser un gato.
Al hacer una análisis puramente humano de la figura histórica de la madre de Jesús (Yehoshúa) de Nazaret es necesario despojar al personaje de toda connotación religiosa, venerable y sobrenatural, no obstante es necesario también ver al personaje, percibirlo, dentro de su propia espiritualidad, de su contexto y a partir de sus propias creencias, lealtades y apegos, si queremos ser neutrales y fidedignos a la historia.
A pesar del esfuerzo que pueda hacer el investigador para tratar de lograr una visión de total objetividad total sobre el personaje, es casi imposible sustraerse a las creencias o no creencias de uno mismo, al ambiente en el que se vive y a la persona que se es en el momento de realizar la investigación. Los exégetas nos dicen que cuidemos la sobre-interpretación, por eso es importante no traer al análisis elementos simbólicos o pertenecientes a ámbitos sobrenaturales y atenerse a los hechos tal y como se narran, estudiados bajo la óptica de la época, condición social, culturar, ambiental donde suceden. Aun así, el solo hecho de escoger unas fuentes históricas y desechar otras constituye por sí mismo un acto de subjetividad. Es deber del escritor histórico hacer consciente al lector de esta dificultad que se tiene al abordar personajes y momentos históricos, para que el lector también pueda sacar sus propias conclusiones.
Si tomamos como fuentes históricas los evangelios canónicos de Juan y Lucas -dos evangelistas que conocieron personalmente a Mariam- además de algunos apócrifos como el Evangelio Pseudo-Matéo y el Protoevangelio de Santiago -donde se aprecia bastante rigor histórico-, Mariam era una mujer judía nacida en el seno de la tribu de Judá o Yeudá en el primer siglo de la era cristiana.
En ella, según la tradición, se cumplieron ciertas profecías mesiánicas hechas al pueblo judío y fue para muchos la madre del mesías y para otros simplemente un mito. Pero con independencia de esto Mariam como mujer brilla con luz propia y si buscamos en los textos indicios de su personalidad, comportamiento y actitud, nos encontramos con una figura histórica fascinante por sí misma, dentro y fuera del contexto en el que vivió.
La religión de Mariam era el judaísmo y no el cristianismo, pero un judaísmo muy distinto al actual; una religión muy segmentada entre fariseos, escribas, zelotes, saduceos y esenios, cada uno con sus distintas formas de ver e interpretar su propia religión. Se ha dicho que tanto Mariam como su hijo Yehoshúa pudieran haber pertenecido a la secta de los esenios, pero esto es muy poco probable porque los esenios no aceptaban mujeres entre sus filas y porque está documentado que Yehoshúa asistió a la fiesta de la Dedicación o Jánuca, fiesta que los esenios tenían prohibida por considerarla ilegal ya que no estaba impuesta por la Tanaj, el conjunto de los 39 libros de la Biblia Hebrea.
Mariam era una mujer con profundos rasgos místicos y su espiritualidad era muy parecida a lo que posteriormente recogió por exégesis de la Torá el libro del Zohar, basada en los escritos de Ezequiel, con mucho en común con el evangelio de Juan.
Juan en su evangelio habla de forma críptica del concepto del Verbo y de la antítesis Luz-Tiniebla, que preside todo su escrito. Constituye la Luz la propia Divinidad y todo lo que emana de ella, no solamente las virtudes espirituales sino los dones y regalos palpables, como el agua, la comida, el vino, la casa, las reses, incluso el dinero; es decir todo lo que la divinidad nos otorga tanto espiritual como materialmente, y siendo la tiniebla aquel lugar fuera de la presencia de la Divinidad-Luz.
Esto es importante resaltarlo porque dentro del concepto cristiano-estoico casi todo lo material, como el dinero y la comodidad, se contrapone a lo espiritual y se consideran de origen nocivo y provenientes del mundo y no de Dios, de donde solamente emanarían dones espirituales.
Espíritu-Carne es una dicotomía que entra al cristianismo mucho más tarde bajo el influjo de la filosofía griega y a través de los padres de la Iglesia Tomás de Aquino y Agustín de Hipona, una filosofía muy lejana a la formación recibida por Mariam, que fue educada en los conceptos de la mística judía y no con los conceptos del cristianismo o catolicismo actual que se derivaron de las enseñanzas de su hijo después de 20 siglos de influencias y permeabilidad a otras filosofías y corrientes.
A pesar de que los Evangelios Canónicos no se pronuncian sobre la tribu a la que pertenece María, la tradición de la Iglesia Católica basada en algunos Evangelios Apócrifos, en este caso el Protoevangelio de Santiago y el Evangelio Pseudo-Matéo, la suponían hija de Ana y Joaquín, y a éstos los suponían de la tribu de Leví, hasta el punto que a los judíos conversos en la España inquisitorial, que pertenecieron a la tribu de Leví, se les dio el apellido Santamaría. Se estimó por tanto la filiación de Jesús a la tribu de Judá por parte de su padre adoptivo, José.
La Iglesia Católica les atribuyó durante siglos a Ana y Joaquín la tribu de Leví, porque según Lucas (1.5) su prima Isabel y su esposo Zacarías, padres de Juan el Bautista, eran "de la descendencia de Aarón", o sea, Levitas.
Pero Lucas no dice nada de la filiación de Mariam y las suposiciones que la Iglesia Católica basaba en la tradición no se consideran históricamente correctas: Mariam era prima de Isabel porque la madre de esta última era hermana de uno de los padres de Mariam y, como tal, pertenecía a la tribu de Judá. Isabel, por ser hija de un Levita, pertenecía a la tribu de Leví. El Evangelio Pseudo-Mateo (1.1), así como otros textos apócrifos, es el que da los nombres de los padres de María, cosa que no hacen los canónicos, y mencionan que ambos pertenecían a la tribu de Judá. Mariam era por consiguiente de esa misma tribu y descendiente de David al igual que su esposo José.
Por consiguiente, se podía decir que su hijo Jesús “provino de la descendencia de David según la carne” Romanos (1.3) y también por su padre adoptivo José. Por tanto tenía el derecho legal al trono de David tanto por su padre como por su madre, como “prole”, “descendencia” y “raíz”.
Juan y Lucas conocieron a Mariam de Judá, este último no solamente la conoció sino que sus escritos tienen muchas posibilidades de haber sido producto de entrevistas del escritor del evangelio con la propia Mariam, es decir una biografía de Jesús y de su madre contada al narrador por ella misma, de primera mano.
A partir de este autor podemos conocer muchos datos de la vida, carácter y creencias de Mariam de Judá, detalles que probablemente ella le confió, como que Mariam tenía la costumbre de poner “en su corazón” todo aquello que a veces no comprendía con el intelecto. Es decir, Mariam entendía con el amor, con la Luz de la que habla Juan, todos aquellos misterios de la vida que, como cualquier persona, no lograba comprender del todo. Un dato que nos muestra a una mujer instruida en la más profunda mística del judaísmo de aquel entonces.
Mariam fue hija de padres ancianos. Según el Protoevangelio de Santiago, Ana y Joaquín la procrearon a una edad avanzada y por esa razón, así como por la costumbre judía de consagrar al primogénito a Dios, Mariam fue ofrendada al templo de Salomón a la edad de tres años y allí permaneció hasta los doce años. No se sabe con certeza si estas vírgenes vivían en el templo o solamente iban durante el día a recibir las enseñanzas de La Torá.
Según la misma fuente, Joaquín era un hombre rico, no se sabe si exactamente fue un mercader o no, pero el hecho es que era acaudalado, además tenía un pariente en el Templo: Zacarias, esposo de Isabel y ambos padres de Juan el Bautista, es por eso que quizá podemos suponer que Mariam de Judá recibió una educación esmerada y privilegiada en el templo donde el propio Zacarias fungía como Levita y tuvo acceso a textos y escritos antiguos como mujer instruida y de posición favorecida que era.
Todo ello la hizo una mujer versada y culta como muestran muchas de las respuestas que da en los evangelios canónicos de Juan y Lucas, lejos de la imagen de mujer sumisa e ignorante, casi campesina, que a veces nos han querido presentar de ella algunos autores como José Saramago y directores como Franco Zefirelli o Mel Gibson. Es curioso observar que existe otra iconografía de María, principalmente de artistas ilustrados que tuvieron acceso a estos textos apócrifos que la ortodoxia deshechó, o que se clasificaron prohibidos años o siglos después que ellos realizasen su obra.
Si observamos las pinturas de Fray Angélico, Leonardo o Rafael, nos encontramos con una María y una Ana vestidas con cierto lujo, en un ambiente de edificios y utensilios de valor, pensemos en la anunciación de Leonardo da Vinci, donde se nos muestra una María leyendo ante un espléndido atril-consola y un entorno de edificio y jardines que para nada son el de una campesina humilde y pobre. La forma en que Leonardo pintó la anunciación no obedece a un deseo de engrandecer alegóricamente a la madre de Dios -como se puede haber pensado- a base de engrandecer su entorno, sino que obedece a que Leonardo, como muchos otros artistas instruidos del siglo XV y XVI, sabía el origen socioeconómico de María, y no hizo sino plasmarlo en un cuadro realista. En cambio autores del siglo XVII y postconciliares, como Velazquez y el Grego, en especial autores españoles que sufrieron de un ambiente donde se dio la desilustración y la condena al fuego de innumerables textos, plasman en su obra una María más pobre y en algunas obras casi menesterosa.
Las verdaderas virtudes de Mariam como mujer han sido escondidas por una Iglesia Católica misógina, nacida de un judaísmo y un cristianismo machistas, alimentada por padres de la iglesia imbuidos en teorías aristotélicas, en las que la mujer tiene valor en tanto gire su vida alrededor de la de un hombre y esté sometida a él.
Un credo que comenzó con la frase: Creo en Dios Padre todopoderoso adjudicó, de manera implícita, a la divinidad creadora un sexo masculino. A pesar de que los teólogos coincidan en que Dios no tiene sexo, las infinitas referencias en el evangelio, en las oraciones y en la Biblia de un Dios-Padre masculino ha hecho que la mujer, para alcanzar un estado de santidad o de cercanía con la divinidad, tenga que sustraerse de su naturaleza sexual –entendida como femineidad- ¿podría el credo católico comenzar con la frase creo en Dios-madre todopoderosa? Para muchos teólogos católicos modernos sí.
Adjudicar a la Divinidad valores humanos no es sino un remanente de la filosofía griega permeada en las bases de la iglesia, pero tan fuerte en los escritos de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino, que erradicar de la fe católica los valores del politeísmo y del panteón de dioses clásicos sería como borrar de un plumazo las teorías de los santos padres de la Iglesia, que han constituido durante siglos las bases de su fe y que en muchos aspectos han tratado la figura de Mariam de Judá examinándola bajo su propio prisma, minimizando rasgos poco convenientes a esta imagen que deseaban crear y haciendo más notables otros, que sirviesen para reforzar el concepto de mujer sumisa a la retaguardia de su hijo y cabeza de familia, a veces ignorante, humilde, pobre, doliente y desgarrada, como el Concilio de Trento se encargó de fijar en la doctrina católica.
En el Ángelus, la oración católica en recuerdo de la Anunciación, atribuida indistintamente a los Papas Urbano II o Juan XXII, se omite (¿deliberadamente?), el hecho de que Mariam cuestiona a Gabriel su noticia “¿Cómo puede ser eso que dices si no conozco varón?”, según nos narra Lucas en su evangelio. ¿Por qué esta omisión en un rezo que pretende replicar el diálogo real que se dio entre María y Gabriel?
Muy pocas veces en la Biblia un hombre cuestiona a un ángel, mucho menos una mujer, y cuando esto sucede, como narra Lucas un par de versículos antes contándonos el caso de Zacarías, éste recibe castigo y se queda mudo. Sara, esposa de Abraham, se ríe casi a escondidas cuando el ángel le comunica que concebirá un hijo siendo ya una anciana, pero nunca cuestiona, nunca interroga directamente.
Mariam se atreve a interpelar a Gabriel y por la razón que sea, sin entrar en detalles que históricamente no podemos saber, no recibe ningún castigo sino que el ángel Gabriel ante su pregunta le otorga una respuesta, y solamente cuando ella escucha esa respuesta y queda convencida de ella, le otorga el sí. Un sí nacido de una deliberación interna y madura, un sí que antes que nada pasó por el cedazo del sentido común. Mariam evidentemente no es una mujer inculta, poca cosa, que se contenta con lo que le dicen. Mariam –y en este documento de Lucas se muestra claramente- es una mujer que coge al toro por los cuernos, que tiene criterio y que madura la respuesta que da a un compromiso: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según lo que dices”
Ello nos muestra una Mariam pensante y no predeterminada por los augurios. Mariam establece un compromiso con la divinidad, pero no solamente porque estos sean los planes de la divinidad, sino porque son lo planes elegidos por su propia voluntad. Esta forma de entender la cosmogonía y los acontecimientos desde su propia libertad, es claramente la conducta de un ser humano que vive en permanente estado de misticismo y anhela unirse de manera voluntaria a esa Luz de la que habla Juan. Mariam siente en lo más profundo de su ser una aspiración que ese día se materializa, estar tan cerca y tan unida a Yaveh, que sean los dos “una sola carne”, albergarlo en su vientre no solamente es el oráculo del ángel sino que es su propio deseo.
Nos encontramos ante una mujer de un espiritualismo elevado, y aquí me permito citar a un teólogo católico porque su cita tiene más que ver con la personalidad de Mariam de acuerdo a los acontecimientos y de acuerdo a su vida y dista de ser que una cita de carácter dogmático, sino más bien una conclusión sacada de la naturaleza de ella, desde la óptica de su propia creencia. Según F. William “María, se consagró a Dios, porque su vida en Dios despertaba en su alma un anhelo que se apoderaba de ella por completo: el de pertenecer a Dios de tal manera, que no quedase libre ni un átomo de su ser.”y prosigue diciendo que ”Este anhelo, que ya se prendió en su alma cuando empezó a ser consciente, se fue desarrollando con más rapidez que ella misma. “
A partir de que ella se compromete con el ángel al otorgarle una respuesta afirmativa, y por primera vez en la Historia del pueblo judío, un hombre va a seguir los planes de su mujer en lugar de ser la mujer el respaldo de los planes de un hombre.
José, pintado siempre como un anciano, el casto, que casi equivale a decir el castrado, sigue los planes de su esposa y no al revés. No es casualidad que una religión misógina haya tratado de desposeer a José de los atributos más contundentes de su virilidad, ya que obviamente un hombre-hombre no seguiría a ciegas de la forma que él lo hizo, y él sí lo hace así, sin cuestionar al ángel que se aparece en su sueño. ¿No es ésta una María muy distante del modelo de cristiana que propone San Pablo en sus cartas?, ¿Dónde está la mujer que sigue a sus esposo en discernimiento y razón?
Probablemente el nivel intelectual y educativo de Mariam de Judá era más alto que el de José su esposo, habiendo nacido de padre rico y habiendo sido instruida cotidianamente en el templo de Salomón hasta su desposorio con él. Mariam seguramente bajó de nivel socioeconómico al contraer matrimonio con José, a pesar de que -según el Protoevangelio de Santiago- no solamente era carpintero sino constructor. Por lo que no parece que ambos fueran los dos indigentes que nos han querido hacer creer, si Mariam dio a luz en un pesebre-cueva fue más un acontecimiento puntual debido a la cuestión del censo que a una vida precaria. Además, a todo esto habría que suponer que la dote de Mariam aportada al matrimonio sería la dote digna de la hija de un hombre rico, como era costumbre en esa época. Ningún testigo, ningún evangelio canónico o apócrifo nos habla de la dote de Mariam, pero un historiador con sentido común, sabiendo que Joaquín era un hombre acaudalado, entendería la cuantía de esa dote acorde a las costumbres de la época y de su condición socioeconómica.
¿Qué le hizo a este hombre seguir a ciegas los planes de su esposa?, las fuentes no nos lo dicen con exactitud, aparte de mencionar el sueño que tuvo con el ángel. Aquí me permito ir más allá del texto histórico para seguir al poeta, en este caso al poeta como visionario, y cito al cantautor griego-francés Georges Moustaki y a su canción Mon vieux Joseph, en la que el poeta nos muestra un José que a pesar de haberse podido desposar con cualquier otra mujer de su entorno, “Sara o Déborah” dice Moustaki, que a pesar de haber tenido otras posibilidades, decide vivir con la complicada existencia de una mujer que le fascina, porque sin duda estaba fascinado por ella y –además- ¿no es la fascinación lo que nos hace seguir a las personas a quienes admiramos?
Pero para esta mujer de hace más de veinte siglos su propia realización como ser humano según la luz, según la divinidad, es más importante que ser el objeto de un hombre, que haber llevado un matrimonio convencional y que obedecer a una sociedad. Mariam ante todo mira en su interior y escoge seguir al camino que su propia luz le indica. Ella pudo haberse dicho a sí misma y haberle dicho a Gabriel: “¡Ay no!, yo quiero ser madre y esposa y tener una familia convencional”, Mariam está por encima de esas costumbres sociales como si para ella fuesen banalidades, pero que para una mujer de la época hubieran sido su máxima aspiración. Mariam quiere vivir inmersa en Yaveh le cueste lo que le cueste, se adueña de su realización como ser humano a través de lo que ella concibe como plan de la divinidad antes que abrazar una vida formularia aunque sabe que esto le va a causar problemas.
Mientras que una Iglesia machista decide que Mariam sigue el plan de Dios-Padre y de atributo masculino por lo tanto, el observador escéptico que mira la conducta puramente humana de Mariam entiende que esos planes son los de ella misma aunque hayan podido ser inspirados, y el investigador histórico que toma en cuenta las creencias del personaje diría que para Mariam esos deseos fueron concebidos dentro de su propia luz, la luz de lo que ella percibía como la divinidad interiorizada en ella misma.
Lo cierto es que, en cualquiera de los casos, sus propósitos -vengan o no vengan de una inspiración o revelación- cuentan por encima del plan que hubiera tenido su esposo y del designio que los hombres de la sociedad de su época tenían para ella. Solamente una mujer con una gran fortaleza dentro de sí hubiera conseguido salirse con la suya en aquel mundo de hace dos mil años.
Más adelante, cuando Lucas nos cuenta lo que sucedió en la visitación a su prima Isabel, nos muestra de nuevo el carácter de una mujer que antes de quedarse inmersa en sí misma, en su problema y en su “especial” embarazo, sale de sí para ayudar al otro, para servir, en este caso a su prima que también está embarazada pero es mayor, y por tanto sobrelleva lo que se consideraría hoy día un embarazo de alto riesgo.
Si estudiamos el Zohar, un texto escrito dos siglos después de estos acontecimientos como exégesis mística de la Torá, nos daremos cuenta que Mariam fue visionaria en su fe y en su relación con la divinidad, adelantada a su tiempo, con un panorama de Dios y del misticismo que los eruditos judíos no llegan a revelar a la humanidad -por no considerarla preparada- sino hasta el siglo XX, y no es sino en el siglo XVI que el primer rabino en Sefarad (España) compila los textos de este misticismo judío recogido en el Zohar, creando la espiritualidad de la cabalah judía: La vasija se llena de agua y el agua por fuerza desborda y cae en otras vasijas según este texto. Mariam se comporta como esa vasija que repleta de agua desborda a los demás, en este caso su prima Isabel.
Cuando Isabel la saluda reconociéndola como madre de Yaveh y da fe que ella está encinta del mesías, Mariam le responde –según Lucas- con una de las piezas más sublimes literariamente hablando que contienen estos textos y que se ha recordado por su nombre latín, El Magnificat, porque comienza con esta palabra en la versión latina de la Biblia: “Magnificat Anima mea Dominus et exultavit spiritus meus in Deo…” (“Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se llena de gozo…”)
En el Magnificat, un canto de alabanza a Yaveh, sucede algo extraordinario: Mariam de Judá profetiza de manera sobrecogedora, como personaje humano, que por generaciones será llamada bienaventurada: “en adelante me tendrán por dichosa todas las generaciones. Dos milenios más tarde lo que ella afirmó de sí misma en este momento ante Isabel se ha cumplido y es totalmente cierto.
En 1999, el periódico The Guardian, realizó una investigación en la que aseguraba que si la celebridad de un individuo era el número de libros escritos sobre él, Jesucristo ocupaba el primer lugar, seguido de William Shakespeare, y María, la madre de Jesús el séptimo, siendo la única mujer en los primeros treinta lugares. Veinte siglos después sus palabras son una realidad, siguen las generaciones alabándola y el culto mariano está más vigente que nunca. La explicación es lo de menos.
Luego, en el episodio de Caná de Galilea, Mariam se vuelve a retratar dejándonos en testimonio histórico la imagen de una mujer decidida y no apocada, que incluso empuja a su hijo a hacer algo, a pesar de que éste le dice que aún no ha llegado su hora.
Pareciese que la actuación sobre el agua en Caná es un acto de ella misma, porque seguramente sin su intervención no se hubiera producido. El prodigio estuvo en su cabeza antes de que se llevase a cabo, y fue gestado por su intelecto y voluntad, aunque la mano ejecutora fuese la de su hijo.
Qué ejemplo tan categórico nos dan los dos, madre e hijo, volviendo a romper las reglas de una sociedad de hace dos mil años. Mariam, poniendo el intelecto y la voluntad de una mujer al mismo nivel que el de un hombre que además es cabeza de familia, porque ya está viuda y Yehoshúa, el profeta, aceptando aquello a lo que Mariam lo está empujando. Este acontecimiento que relatan los evangelistas no consiste en ninguna premura, no es curar a un enfermo o alimentar a muchedumbres de indigentes, es simplemente algo bastante frívolo viéndolo desde fuera: poder seguir disfrutando de un festejo sin que falte el vino, “que no se rompa la noche”.
Y aunque muchas corrientes filosóficas y religiosas quieran hablar de la alegoría del vino y del agua y de la simbología del pasaje, el narrador historiador debe atenerse a los hechos: Mariam de Judá le está dando un valor a la alegría de vivir, a las cosas terrenas, a las necesidades humanas menos “necesarias”. Porque el vino en sí no es ni bueno ni malo, puede ser malo, hacerle al hombre mucho daño y provocar una enfermedad: el alcoholismo; pero ciertamente se usa para el disfrute y la unidad, para ese goce de la vida y la necesidad de sentir esos lazos de amistad, de compartir un instante.
Mariam no entra a juzgar si los invitados lo van a usar de una o de otra forma, ni siquiera pone condiciones en el milagro del agua en vino. Mariam confía en el libre albedrío del hombre y les da una sustancia que no es nutritiva, ni necesaria, sino que es más bien una vanidad, un lujo, y la bonanza o nocividad de esa sustancia ella –seguramente- la ve ligada a ese libre albedrío que valora, porque ella misma ha hecho uso de él a lo largo de su vida.
Qué imagen tan distante de esa mujer triste y doliente que el Concilio de Trento se empeñó en que reconociéramos como la imagen prevalente de la madre de Jesús, puritana ante los placeres terrenales, que sabe más de sufrimiento que de esa joie de vivre y asuntos mundanos donde se muestra con manejo en el texto evangélico: hace falta vino en esta fiesta. Una imagen producto de quienes quieren ver ese modelo de mujer resignada y en la retaguardia de un hombre que en este caso concreto sería su hijo Yehoshúa. Mariam no solamente no está a la retaguardia de Yehoshúa sino que coloca su criterio al mismo nivel que el de su hijo y cabeza de familia y entabla una discusión positiva con él: “mujer, aun no ha llegado mi hora” le dice un hijo que se resiste a actuar; “hagan lo que él les diga” le dice ella a los criados casi sobreseyendo la excusa de él, como esas madres que en el fondo de su corazón saben lo que es mejor para sus hijos, como esa gorriona que empuja fuera del nido al polluelo sabiendo que va a salir a volar.
Al empujar a su hijo a realizar este supuesto milagro, Mariam coloca al nivel de la más inmediata importancia la diversión, la alegría, la fiesta. No solo de pan vive el hombre, también de esos momentos donde se comparte la felicidad, donde está la fiesta, y si se acaba el vino se acaba la fiesta. Si la creación de esa divinidad a la que ella quiere pertenecer es feliz en sí misma, intensa y exuberante como explica El Cantar de los Cantares, por qué no había de ser una persona imbuida de esa divinidad, feliz, alegre, exuberante también.
Y es a través de esa mística judía que Mariam entiende que celebrar la vida y celebrar la luz, con vino, con baile, con todas aquellas cosas que no son ni buenas ni malas sino que tienen el valor que el hombre le quiera dar, es tan necesario como alimentarse, bañarse y descansar, porque todos esos regalos son parte de esa luz en la que ella vive y que ella no puede rechazar, como tampoco pudo rechazar aquel propósito que le planteó Gabriel y que ella ya deseaba dentro de sí misma.
Otro momento recogido en las fuentes, donde podemos ver de nuevo parte de la personalidad de esta mujer es en el momento de la cruz. Cuando su hijo moribundo le encomienda a su amigo Juan como su propio hijo y a su vez encomienda a Juan a Mariam como su propia madre.
Esta decisión de Jesús, que a primera vista podría parecer el deseo de no dejar a su madre desprotegida, no ha nacido del hecho de que Mariam no tuviese parientes que se hicieran cargo de ella. Además de esos parientes que los evangelios canónicos y apócrifos mencionan, según el Protoevangelio de Santiago, José al contraer matrimonio con Mariam era un viudo que ya tenía hijos, por tanto y conforme a la ley judía del momento estos hijos eran los encargados de la viuda de su padre, en el caso de que Jesús muriese. Mariam no quedaba sola desde el punto de vista asistencial.
La razón por la que Jesús encomienda el uno a la otra y la una al otro va mas allá de esta necesidad de depositar su madre al cuidado de alguien de su confianza o de dejar a su amigo en un hogar decente. A pesar de que existen interpretaciones simbólicas, teológicas y religiosas de que la intención subyacente de Jesús fue nombrar a María como madre de la humanidad entera representada en Juan, no podemos saber con exactitud cual fue esa razón porque no se narra en los escritos ni hay una aclaración del propio Jesús en la frase, por tanto el investigador histórico debe atenerse a los hechos y no sobre-interpretar. Lo que sí se deduce, en cambio, por la situación familiar de Mariam es que no era un tema de desprotección el que empujó a su hijo Jesús a confiarlos mutuamente.
Mariam de Judá se va a vivir con quien no tiene lazos de sangre -con el mejor amigo de su hijo-, por encima de ciertos parientes con quienes sí media una relación conforme a la Ley Judía. Hace dos milenios esta mujer trasciende a la familia tradicional, Mariam con este gesto está abogando por una familia basada no en lazos consanguíneos-biológicos, ni en los tradicionales, sino en lazos de amor, de valores, en lazos basados en la voluntad de querer ser familia, y esto lo hace en un momento histórico donde la principal función de una mujer es engendrar hijos biológicos, hasta el punto que una mujer que no consiga hacerlo está maldita con la esterilidad, puede ser repudiada por su esposo sin más explicación, con la aprobación legal y social. El papel de la mujer en la sociedad hebrea del siglo I no es sino producir hijos según la carne y la sangre, cuantos más mejor.
El pueblo de Israel vivía en una tierra sumamente hostil y agreste, el número de hijos que tuviese una familia era crucial para su supervivencia y posición. Cuantos más hijos hubiera, mayor sería la mano de obra, mayor sería el poder de transformar esas tierras desérticas en lugares fértiles; a más número de individuos mayor sería su poder de lucha armada contra tribus y pueblos enemigos; mayor número de pastores para lidiar el ganado. Es por eso que la fertilidad de una mujer era hasta más importante que la dote o la posición social de ésta, y cuando una mujer legítima no era suficientemente fértil o no había producido descendientes varones, se echaba mano del concubinato y hasta de las esclavas, e incluso en casos muy extremos la violación o el incesto, como en el caso de Lot con sus hijas, narrado en la Biblia.
Romper con esa tradición volvía a ser romper con la costumbre que valoraba a la mujer por su posición y utilidad con respecto al hombre; casada, viuda, madre, abuela o concubina valían más o menos según el número de hijos sanos que engendraban. Mariam, en cambio, elige los lazos familiares fuera del paradigma judío de la época: mi familia no es sino quién comparte valores y amor conmigo, y quienes tenemos una relación de interdependencia y asistencia mutua.
Imaginar el choque que esta decisión producía a la sociedad de entonces no es fácil. Si lo vemos con los ojos de la sociedad del siglo XXI esto puede parecernos de lo más normal o no, pero para el esquema de hace dos milenios en Israel esta decisión era una ofensa a las buenas costumbres, al orden social y al orden natural: a la Ley.
Las consecuencias no las sabemos, no nos son narradas por los testigos. ¿qué opiniones suscitó esta decisión? ¿qué críticas se le hicieron? ¿alguna parte de la sociedad hebrea condenó a Mariam y a Juan al ostracismo social? ¿se enfadaron los hijos de José o la llevaron ante el Sanedrín para hacer valer la Ley o castigarlos?
Hubiera sido interesante saber estos puntos que, lamentablemente, no se nos han contado, pero lo que es importante sobre las consecuencias que esto pudiese acarrear, es que Mariam, una vez más y sin titubeos, enseñando su casta, su fuerza y la seguridad que tuvo en sí misma, aceptó la encomienda que su hijo Yehoshúa agonizante le hizo, y volvió a salirse de aquella norma social para volver a formar una familia anómala, como hubo sucedido cuando aceptó frente a Gabriel otro tipo de familia también atípica sin consultarlo con su desposado, sin deliberarlo por un par de días, con la firmeza y la seguridad de quien pisa convencida que lleva la luz dentro de sí misma.
© Manuel Pinomontano, artículo publicado en la revista Más Allá, ejemplar diciembre 2017.